Una de las cosas que más me impactaron y de las que más me confrontaron en el último viaje que hice a Turquía, son las historias de los muchos cristianos que han sido expulsados de sus casas o apartados de su familia a causa de su fe, algo muy inusual en occidente.
Una de esas vidas es la Alí, un joven de familia musulmana que se convirtió hace 5 años. Desde que decidió seguir a Cristo, sus padres lo echaron de su casa y le prohibieron la entrada hasta que no renunciara a su fe. Después de cinco años, Alí sigue sin vivir con ellos ni con sus hermanos.
Durante el primer año de su vida en Cristo, Alí estuvo viviendo en casas de gente de la iglesia. Después de ese tiempo su abuelo lo aceptó en su casa y solo puede ver a sus hermanos dos veces a la semana cuando ellos van a comer allí.
Su vida, como la de muchos otros ex musulmanes, me ha mostrado lo que es un ejemplo verdadero de un cristiano radicalmente enamorado de su Salvador, ya que más allá de no ser aceptado en su familia, decidió vivir en la plenitud de Cristo.
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que la pierda por mi causa, la encontrará.» (Mateo 10:37-39 NVI)
Ya ha pasado un año de este viaje, y en mi cabeza siguen resonando historias como las de Alí; todavía sigo pensando en la decisión que ellos tomaron a causa de Cristo. Durante este tiempo, Dios me ha llevado a entender que en occidente quizás no tenemos que escoger entre seguir en paz con nuestra familia o abandonarla para seguir a Cristo, pero si hay una decisión del mismo calibre que debemos tomar: negarnos a nosotros mismos, dejar nuestra comodidad y atrevernos a vivir por la fe en el Hijo de Dios, mostrando Su amor a nuestro entorno.
Dios, a través de estas vidas, me habló de cómo nuestra comodidad dentro de la iglesia, trabajo, o estudios nos aparta de la recompensa real del evangelio: Dios mismo. Cuando leo en los evangelios la vida y las promesas de Jesús, me doy cuenta que arriesgar todo lo que somos y todo lo que tenemos por amor a Él, ya no es una cuestión de sacrificio, sino es sentido común y una respuesta a la revelación de Su amor.
Entregar todo por Cristo no es sacrificio, es la decisión más inteligente que podemos tomar. Aunque, con nuestra obediencia radical, nos arriesguemos a perder todo lo que tenemos, siempre encontraremos nuestra recompensa en Cristo. Y eso debe ser suficiente para nosotros.
Pidámosle a Dios que nos confronte aún más con el evangelio y podamos escoger correctamente entre seguir viviendo en nuestra comodidad o dar un paso más y sumergirnos en la aventura de dejarlo todo por nuestro Salvador. Ser cristiano es mucho más que participar en las actividades de la iglesia, evitar emborracharse o no consumir drogas… Jesús se despojó de su divinidad para darnos vida eterna y entregarnos Su reino. Cristo, aún siendo perfecto, bebió la ira del Padre para poder salvarnos y para darnos acceso permanente a Su amor, Su Reino y lo que es mejor, a Él mismo.
Escrito por: Rodrigo Orlando