Unidos Por Medio Oriente

Orando en todo tiempo

Casi todos los cristianos hemos escuchado hablar de la oración. Si pudiéramos explicarla, diríamos que la oración es un ejercicio de fe, una manera de comunicarnos con Dios, aún una responsabilidad… pero se nos ha olvidado que sobretodo es un privilegio.

Hace tiempo, hablando entre hermanas, comentábamos sobre la “falta de ganas de orar” que hay en la iglesia y exponíamos nuestras consideraciones. Pudimos concluir que la oración emana de un corazón que se sabe incapacitado y débil; y que reconoce su condición y su gran necesidad de Dios.

Pero orar es mucho más que una lista de encargos y necesidades. Orar es el privilegio que tenemos de acudir a Dios en cuanto abrimos nuestros ojos.

Nuestro tiempo de oración no debería ser negociable, pues es ahí en donde recibimos fe, vida, fuerza, renovación y crecemos en santidad. La oración es un acto sublime e inmerecido que nos debería llevar a considerar cómo estamos ocupando ese tiempo tan valioso.

En la Biblia encontramos una instrucción muy clara:

“orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos;”
– Efesios 6:18 (RVR1960)

Orar es la manera más simple y poderosa de mostrar amor por las personas. Podemos incluso no conocer sus rostros… pero sí conocemos la gran necesidad de que Dios les dirija, guíe y les dé gracia.

Podemos orar por aquellos que necesitan ser salvos y también por aquellos que están sirviendo a Cristo. Oramos para que Dios les conceda fe para permanecer y perseverar, les provea sustento y les dé sabiduría. También podemos orar por aquellos que se encuentran enfermos. Lo importante es que al orar seamos obedientes a la voluntad de Dios y podamos participar del plan divino.

Cada día tenemos, por la gracia de Dios, la bendición y privilegio de acercarnos a nuestro Señor Jesucristo y ser más como Él es: un intercesor ejemplar (Romanos 8:34).

Escrito por: Ad Islas

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