Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen Espíritu me guíe a tierra firme.
– Salmo 143:10 (LBLA)
Ninguno de nosotros nacimos sabiendo hacer la voluntad de Dios. De hecho, todo en nosotros pareciera estar programado para desobedecer y rechazar a nuestro Creador. Desde pequeños vivimos queriendo que nuestra voluntad sea hecha por encima de cualquier cosa. ¿Cómo, entonces, podremos aprender a hacer la voluntad de aquel que es bueno, santo y justo?
Tenemos al mejor maestro: Jesús. El hijo de Dios vino al mundo para enseñarnos a hacer la voluntad del Padre. Él nos dio ejemplo en todo. Desde su niñez hasta el último día que estuvo en la tierra, Jesucristo vivió en completa obediencia al Padre y haciendo lo que el Padre anhelaba ver en la tierra.
Sin lugar a dudas necesitamos clamar a Dios “enséñanos a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios” pero lo increíble es que en seguida podemos escuchar la voz de Jesús diciéndonos: “Aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón”. No estamos solos, Cristo nos dio su espíritu para poder caminar en obediencia y santidad, llevándonos a la “tierra firme” que es una vida de obediencia a Dios.
Hasta que no hagamos la voluntad de Dios siempre estaremos caminando sobre tierra peligrosa, en arena que en cualquier momento puede desmoronarse. Pero cuando, a través de Cristo, sometemos nuestros deseos a Dios, nuestra vida se asienta sobre roca firme. Él es el Dios que nos ama y podemos confiar en Él. Su voluntad en nuestra vida no siempre es cómoda o fácil, pero siempre es buena, agradable y perfecta.
¿Por qué no tomas un momento para orar que se haga Su voluntad en tu vida y que su buen Espíritu te guíe a tierra firme?
– Mauricio Reyes