Hace algún tiempo en una reunión de jóvenes, quien lideraba expuso la siguiente interrogante: ¿A qué hombre de Dios te gustaría parecerte? A todos les dio tiempo para meditarlo, y cuando llegó el momento de responder, hubo un gran desfile de nombres: desde cantantes hasta predicadores muy famosos, cada uno más conocido que el anterior.
Solemos fijar nuestra mirada en aquellos que han alcanzado mucha popularidad, aquellos que llenan estadios con su oratoria y cuyos nombres batieron récords en iTunes, emisoras, o cuyos libros llegaron a ser Best Seller. Sus vidas suelen inspirarnos y está bien; o al menos siempre estuvo bien para mí hasta aquel día en Medio Oriente cuando en la cena nos acompañó un personaje inusual. Se le veía muy sencillo por su manera de vestir, lucía cansado, y cuando hablaba, había tanta humildad en él que jamás hubiese imaginado la calidad de historia que pesaba sobre sus hombros.
Lo que parecía ser una cena normal, se convirtió en la continuación del libro de Hechos cobrando vida frente a nosotros, de cómo había sido preso por causa de Jesucristo y las formas sobrenaturales en que Dios le salvó una y otra vez, de los peligros actuales y las amenazas de muerte por vivir al borde de la guerra, ayudando a niños sirios, dándoles educación, dándoles la esperanza de Cristo y un bocado de pan a los muchos que llegaban a su puerta porque la guerra les había arrebatado todo; y le oí decir siendo extranjero en esa nación: “Esta es mi casa, aunque me pidan que me vaya para estar seguro, ya no podría vivir en otro lugar.”
Y cómo él, Dios nos permitió conocer a otros con historias de Fe y entrega similares y entender por qué sus ojos lucían cansados. Sé que probablemente nadie escriba un libro sobre ellos, y tal vez sus nombres no sean recordados, quizá nadie considere que merezcan la portada de una revista, porque no visten hipster y porque sus templos no llenan las expectativas occidentales, pero les he visto, ¡Se parecen a Cristo! Renunciando a todo por ganarlo a Él, por establecer su reino aquí, entre la guerra y la persecución, entre el miedo y la incertidumbre, ¡Pero el cielo les conoce!
“Atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados… ” (2 Corintios 4: 8)
Los obreros son muy pocos, muchos de ellos están cansados, y la tarea está inacabada. Los campos están tan blancos que la siega comienza a perderse. Mi oración es que Dios levante jóvenes con corazones apasionados, que los despierte en cualquier rincón del mundo donde estén, porque tenemos un arma poderosa en Dios: nuestra juventud.
Esta no es una invitación a una vida fácil, no te hará ganar muchos aplausos ni reconocimientos. Costará renuncias y lágrimas pero el peso de gloria es eterno. Nuestro Amado merece nuestra entrega y mucho más, porque Él no se reservó su vida para sí, ni estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse; sino que ocupó el lugar que nos correspondía a nosotros en la cruz, porque nos amó.
Escrito por: Raquel Rossany