Aquel día me quedé mirando alrededor y pensaba en los jóvenes que conozco: talentosos, ungidos, dispuestos a trastornar el mundo otra vez y llenos de vida… La reunión estaba por terminar y la adoración tenía un color muy especial ya que adorar en Medio Oriente es hacerlo sabiendo que tal vez mañana ya no tendrás esa oportunidad.
Cuando sirves en Medio Oriente valoras la valentía de alguien que se atreve a ponerse en pie y proclamar a Cristo donde su nombre no es muy conocido y de alguna forma, recibes el mismo valor y no puedes hacer otra cosa más que lo irresistible: amar a Jesús y permanecer en su presencia.
Y allí estaban mis amigos adorando al Padre como si no hubiese mañana… y entonces tuve miedo de que cuando ellos no estén nadie ocupe su lugar. Y las mismas preguntas abrumadoras de aquel día aún me confrontan: ¿Y qué si los obreros se cansan o se enferman? ¿Quién tomará su lugar cuando no puedan continuar o las fuerzas falten?
Hacen falta hombres y mujeres que renuncien a construirse un castillo seguro y estén dispuestos a abrazar los países no alcanzados con el amor de Cristo. Me entristece y casi me incomoda escuchar eso de «yo no soy misionero…» como una excusa que nos exime de involucrarnos en la tarea inacabada que se nos escapó de las manos. Tal vez yo tampoco lo soy, pero Él hizo demasiado por mí y merece mi vida. Si eso me convierte en ‘misionera’ entonces lo soy. Cuando vaya al cielo seré llamada ‘sierva’ y ese es el título que persigo.
Si algo he notado en el campo misionero es que las vacantes desbordan: hacen falta maestros de la Palabra, evangelistas, líderes de jóvenes, mujeres capaces de restaurar a otras; hace falta quien relate historias para que los niños puedan recibir las Buenas Nuevas. Hacen falta músicos que puedan preparar a otros allá en el campo donde la mies es mucha. Hacen falta pastores, intercesores, ministros de alabanza… pero sobretodo hacen falta siervos. Los pueblos no alcanzados necesitan a la Iglesia, no a una porción de ella.
¡Tenemos tanto para dar! Somos responsables ante el cielo, porque para Jesús somos la ciudad asentada sobre un monte, la que no puede esconderse, los que damos sabor a la humanidad.
“A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad pues al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”.
Mateo 9:37-38
¿Qué tienes en tus manos? ¿Cinco panes, dos peces? Te sorprendería lo que Dios puede hacer con tan poco.
¿Cuáles son tus títulos? Te asombraría lo que Dios pudo hacer con unos sencillos pescadores, y un par de hombres sin letras.
¿Quién eres? la Biblia está llena de hombres y mujeres innombrables que en debilidad conquistaron reinos enteros, porque nunca se ha tratado de quién eres sino de quién es el que te envía.
Escrito por: Raquel Rossany