Alguna vez te has preguntado: ¿Qué hace que un hombre o una mujer deje todo por irse a las misiones? ¿Será que entiende las consecuencias de las decisiones que está por tomar? ¿Por qué no “disfruta” un poco más su juventud? ¿Por qué no escoge otra nación, una menos “peligrosa”? ¿Estará seguro? ¿Y si no puede volver?… Y la lista de interrogantes es interminable.
Siempre me resultaron fascinantes las biografías de los misioneros, sus vidas tan apasionadas, como si Dios les hubiese esculpido un mapamundi en el corazón. Este es el caso de David Livingstone, el joven escocés que derramó su vida para servir a Dios en África.
Cuando regresó a Escocia, después de muchos años, ya no era el mismo. Estaba deshidratado debido al fuerte sol de África, débil a causa de la desnutrición, enfermo y con muchos dolores en su cuerpo, y por encima de todo eso pronunció frente a un numeroso grupo: “Aunque esté enfermo, regresaré a África, al continente de mi llamado; a las lenguas, idiomas y dialectos que no entiendo. Sí, regresaré.”
Y después de dar su vida en el continente africano, murió de rodillas a sus 60 años, con un trozo de papel entre sus dedos que decía “Dame África algún día, Señor”. ¿Qué había en África que Livingstone no podía abandonar? ¿Acaso no tenía familia o un lugar donde regresar en su nación? Siendo un doctor reconocido, ¿por qué no se hizo de una fortuna?… y cuando enfermó, ¿por qué no regresó?
No encuentro mejor forma de explicarlo que el evangelio de Mateo 13:44 que dice: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.”
Me resulta interesante la manera en que ese pasaje se asemeja tanto a la entrega incomprensible de los misioneros. Y digo “incomprensible” porque, casi siempre, al resto nos parece una locura. Pero ellos han encontrado algo tan valioso que merece todas las renuncias.
Y creo que el mayor misterio detrás de todo esto es que la única forma de encontrar valor donde otros ven escombros, es verlo a través de Cristo. Es justo lo que Él hizo al rescatarnos, dejando el cielo, su trono, su Gloria, y nos compró al precio más costoso. Eso es lo que quiere hacer en el resto del mundo cuando dispongamos ser su voz, sus manos y sus pies en cada confín de la tierra y en aquellos lugares donde aún no ha sido anunciado el Evangelio.
No limitemos a alguien que vende todo lo que tiene por comprar un campo allá afuera. Dejar a quienes amas, tu país, tu entorno… no es fácil, pero Jesús es Digno.
Honramos las vidas de aquellos que despreciaron y desprecian sus vidas hasta la muerte, y los que lo harán en cualquier lugar del mundo, de los que llegaremos a saber sus nombres, y aquellos que deben ocultarlos. Los que enfrentan penas de muerte y los que gozan de libertad. Donde quiera que estés, tu vida nos inspira; y tenemos una esperanza en común, cuando hayamos terminado la tarea, su voz será dulce y certera: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor.”
Escrito por: Raquel Rossany